Como jefe de redacción de la sección policial de cierto diario argentino me he encontrado con muchos casos increíbles que le hielan la sangre al humano más duro. Recuerdo haberme sumergido en las vísceras del asesinato de la mujer de un famoso periodista, en el del hijo de un reconocido actor; también me inmiscuí en asuntos de sangre que involucraron a un famosísimo actor de la farándula nacional que para seguir ocultando su verdadera sexualidad y que su club de fan no se llevara tan tremenda desilusión encargó la muerte de cierto hombre que luego, en el expediente de la dirección de investigaciones de la policía bonaerense, calificaría como el “amor de mi vida”.
Si bien muchos de esos hechos policiales llenaron las páginas de los diarios argentinos y fueron el tema de varias conferencias de prensa e incluso uno de ellos le costó la carrera a un, hasta allí, ascendente político, ninguno me produjo el impacto que me causó cuando tuve la oportunidad de toparme con el expediente (caratulado en un principio como averiguación de muerte/Magalí Robledo) de la muerte de una joven y hermosa (luego vi sus fotografías) mujer de opulenta salud que aún no había cumplido sus frustrados 25 años.
Recuerdo que me tocó editar un artículo de pequeña extensión de un joven cronista bajo mi tutela en el diario. El título de la nota voceó:
Asesinada con varias puñaladas
Los que se hayan tomado dos minutos para leer el artículo se enteraron de que “una joven mujer de unos 25 años fue encontrada muerta anoche en su departamento ubicado en Bajo Flores. La víctima, según fuentes policiales, tenía numerosas puñaladas en su cuerpo.
A los efectivos que llegaron en primera instancia a la escena del crimen les llamó la atención que el departamento no tenía signos de violencia ni sufría de faltante alguno de objetos valiosos”.
Luego, en un último parrafito, mencionaba la comisaría interviniente y que ese era el tercer asesinato de una mujer en lo que iba del año. Esto fue en junio de 1.995.
El seguimiento del caso naufragó, antes de siquiera embarcar, en el constante fluir de hechos más importantes, más sangrientos. Es por eso que mi testimonio tiene un papel tan trascendental en el conocimiento de la trama que derivó en el asesinato de Magalí Robledo.
Quien quiera que no, pero cierto prestigio en los medios y respeto de los mandos policiales, me hicieron acreedor del expediente en cuestión.
Lo que aquí les contaré (bien narrado, como el buen periodista que soy) no tiene apreciaciones ni exageraciones, salvo las que puedan haber cometido los profesionales que participaron de la investigación o las falsedades que puedan surgir del propio relato de los dos involucrados.
Omar Antonio Morales y Sebastián Aliguieri era amigos incluso antes de conocerse. La afirmación puede comprobarse con quienes los conocieron. Inseparables en las malas, los dos uno solo en las buenas y cómplices en las travesuras, nunca hubo secretos entre ellos, incluso cuando ambos conocieron a Magalí.
No debe interpretarse como una traición la verdad de que los dos compartieron a la mujer, ni menos tildarse del mismo modo el hecho irrefutable de que luego se echaran la culpa el uno al otro. Quienes lo juzguen así es porque no han presenciado un interrogatorio policial, y menos aún un interrogatorio de un hecho que ya fue difundido por la prensa.
–Si al menos este salame pagara el codificado para poder ver al glorioso San Lorenzo, no estaríamos lamentándonos de no tener guita para ir al Gasómetro –le dijo Aliguieri en tono de broma a su amigo Morales.
La rechifla iba dirigida al bueno de Alonsito, dueño, manager, mozo y encargado del bar de Boedo. Su mal era no tener contratado el paquete de partidos de domingo que ofrecía T y C Sports.
–Fuimos la semana pasada Alí –respondió Morales–. Y para qué acordarnos, perdimos 2 a 0 con Argentinos Juniors.
–Alonsito, usted diga la verdad, ¿Se puede perder con los muertos de Argentinos? –preguntó Aliguieri.
Alonsito movió la cabeza de un lado a otro y pregunto si iban a tomar lo de siempre.
–Lo de siempre, más que nunca, más que antes –tarareó.
Morales miró a su amigo y le hizo una sonrisa de admiración por el intento de cantar.
–Vos siempre inventando algo ingenioso, che.
–Y qué esperás, si no nos reímos de la vida, la vida se ríe de nosotros.
–Ah, bueno –exclamó Morales–. Dos comentarios ingeniosos consecutivos, esto sí que es histórico.
Alonsito les trajo una botella de dos litros de Coca Cola, limpió la barra y la dejó junto con dos vasos de plástico.
–A dónde va –gritó Aliguieri–. Dos cosas: primero, usted sigue siendo un turro de mierda, porque sigue sin traer a su negocito gaseosas de litro y medio para chorear más con las de dos, y segundo, cuántas veces le vamos a decir que nos traiga vasos de vidrio.
Alonsito lo miró extrañado y cuando iba a decir algo se arrepintió. Dio media vuelta y se fue. Trajo vasos de vidrio, se llevó los de plástico.
–Además el plástico daña el medio ambiente.
La risa de Aliguieri no contagió a Morales. Éste dijo:
–Esa no es forma de tratarlo. Siempre venimos acá y la pasamos bien, ¿acaso querés que nos eche y no tengamos dónde ir a tomar algo que no sea fuera de esta zona?
–Carajo che, si lo mío es más en joda que otra cosa.
Hubo un breve silencio. Aliguieri habló.
–Pero sigue trayéndonos vasos de plástico, viejo de mierda.
–La semana pasada estuve con una morocha bárbara. De esas que te la encontrás en la calle y no podés no darte vuelta y mirarle el culo. No sabés, tiene un lomo de primera, carne argentina de lujo. Y si te hablo de las tetas, no me crees. ¡Qué delantera, ojalá San Lorenzo tuviera esa delantera, qué digo, ojalá la selección Argentina la tuviera!
–En dónde la conociste.
–En el gimnasio.
–Pero, ¿ya pasó algo?
–De todo, le saqué una sonrisa.
–Con que le sacaste una sonrisa... mirá vos. Desde que el mundo es mundo, con Adán y Eva, que una sonrisa no significa mucho; y menos todo –dijo Morales con ironía.
–Tenés razón, pero las primeras veces no me daba ni la hora. Yo me acercaba y le quería ayudar, por ejemplo, a ponerle pesas a las mancuernas, y ella que me decía “no gracias, yo sé cómo se hace”. Otra vez llegó un poco tarde (porque convengamos que yo, que de lerdo no tengo nada, ya le junaba todos los horarios) y le dije: –Vamos, vamos, que se te hace tarde. No me vas a creer, pero ni me miró; y no se puede decir que no me escuchó, porque yo me había puesto en la puerta que está casi al final, que de pedo caben dos personas, para que se topara conmigo.
Aliguieri, de tan concentrado en la historia, no se había dado cuenta que su amigo se reía.
–De qué te reís.
–Nada, nada. Me imagino tu cara cuando te ignoró y... –se tentó–. Perdón, perdón, es que es muy gracioso.
–Si, vos reíte, pero lo que te dije al principio es cierto.
–¿Qué?
–Que ya le saqué una sonrisa.
–Si, es verdad, teniendo en cuenta lo que me contaste, eso es todo un avance.
–Más vale. Te olvidás con quién estás hablando.
Aliguieri lo dijo enderezando toda su estampa. Era alto, rubio, de ojos marrones. Con un rostro que no decía mucho de no ser porque lo acompañaba con un físico privilegiado. Un metro ochenta y cinco bien trabajado en el gimnasio, deportes desde chico y una labia, más allá de cierta extravagancia y soberbia, con la que lograba sus conquistas.
–Qué le dijiste para que se riera. No me digas que le contaste un chiste.
–Le pedí el teléfono. No me lo dio pero dejó ver una sonrisa y, lo más importante, creo que por primera vez en días, me miró.
Un mes más tarde, en el mismo bar, Aliguieri tuvo uno de sus escasos momentos de seriedad para contarle a su amigo un sentimiento que lo tenía preocupado.
–Estoy nervioso.
–A qué se debe.
Pensó un momento, miró a Morales y a Alonsito, que permanecía con ellos recostado sobre la barra en gesto de interés.
–Nada, es que el ciclón viene pegando varios triunfos al hilo, no sea cosa que nos mal acostumbremos.
Sus dos partenaires reaccionaron sonriendo. Morales, frío, calculador, preciso, agregó:
–Que no cunda el pánico mi amigo Alonsito, pero usted sabrá apreciar cuatro triunfos seguidos, por más que su corazón esté con Boca; 2 a 0 a Ferro, 1 a 0 a Independiente, 2 a 1 a Racing y 1 a 0 a Belgrano.
–Mañana visitan a River, ahí sí, les deseo suerte –comentó Alonsito.
–A esos gallinas los comemos cruditos, los desplumamos y nos retiramos como quien no quiere la cosa, y entonces hasta los diarios más importantes tendrán que comentarnos con grandes titulares.
–Guarda –previno Morales–. Que River, con sus defectos y todo, siempre ha tenido una maligna tendencia a ganarnos.
Aliguieri lo retó por su pesimismo y ambos siguieron con el ritual de la Coca Cola. Pasaron diez minutos de silencio interrumpido sólo por breves palabras de Morales. Finalmente, ante la retirada del encargado, Aliguieri contó:
–Me tiene loco, nunca me había pasado antes con una mina. Es que no hago otra cosa que pensar en ella y en lo bien que la pasamos juntos, me entendés, un tipo como yo...
–Tranquilo galán. Que no cunda el pánico. Supongo que te llegó la hora del amor, no tenés que cavilar demasiado en...
–¿Cavilar? Acaso yo hablé de caballos.
–Caballo sos vos, animal. Cavilar, pensar. No tenés que darle muchas vueltas al asunto. Si no fíjate en mí. Mi excesiva pulcritud y el hacerme una historia de todo me llevó hasta un médico, que me dijo, no me lo vas a creer, que tengo estrés.
–Y que te recetó, ¿pastillas?
–No, descanso y lo peor –le contestó Morales acrecentando el tono de sus palabras–, alguna actividad sana en la que ocupe mi cabeza. ¡Como si yo fuera un vago!
–Para eso nada mejor que ir a la cancha.
–No, qué cancha, vos querés que me convierta en un manojo de nervios. Me recomendó yoga o reiki, cosas por el estilo.
Las carcajadas de Aliguieri resonaron en el bar. Morales, ofendido, dijo:
–Callate, loquito enamoradizo.
Esto pudo haber molestado a su amigo.
Aunque parezca increíble, estos dos amigos que alguna vez se divirtieron juntos con cosas como orinar un árbol en una vereda, o trompear a ocasionales rivales defendiéndose entre sí, estuvieron casi dos meses sin verse. El bar, eterno imán, los reunió luego de un llamado telefónico de Morales.
–Estoy viviendo uno de mis mejores momentos –le contó Morales a un callado Aliguieri–. La mujer con la que he comenzado a salir está enamorada de mí, y yo de ella, claro está.
Resentido, aunque más confundido, Aliguieri sólo le prestó sus oídos.
–Te acordás que te dije que por estrés el doctor me recomendó reiki, bueno, ella es la profesora. Fue un flechazo mutuo; me costó al principio porque ella me confesó que tenía una extraña relación con un tipo, pero me aclaró que esa historia no iba más, que había llegado a la conclusión de que él no la quería. Me explicó que a lo primero se veían una o dos veces por semana en el departamento de ella, pero que sólo era algo sexual. Te admito que la sola idea de imaginarme a otro hombre en la cama en la que yo ahora duermo con ella, me incomodó. Pero más me molestó el alcance de las palabras “algo sexual”. Según lo que me contó ella, ojo, no es que dude, pero vos sabés cómo son, después él pareció enamorado, tanto que le pidió que dejara todo por estar con él; mas tarde el loco este le exigió una prueba de su amor con estas palabras: “Yo dejé todo, hasta no voy con mis amigos a la cancha por estar con vos”. Se ve que en ese momento llegué yo a su vida. Qué querés que te diga, estoy enamorado. Es la mujer de mi vida, con decirte que hasta empiezo a perder mi habitual timidez con las mujeres. Ahora sólo espero que ella madure lo necesario como para comprometerse conmigo.
Pasaron tres litros de Coca Cola en sendas botellas de dos y de un litro. Aliguieri permaneció varios minutos con la vista perdida. Luego dijo:
–Nunca deberíamos haber dejado de ir a la cancha. La campaña de San Lorenzo es muy buena, un notable segundo puesto. Y ahora se viene el clásico con Huracán.
–Con más razón, yo ni pienso aparecer en la cancha. Llevo tiempo sin ir y, antes del último empate con Platense, llevábamos cinco victorias seguidas. Es feo que después en el barrio te pongan el rótulo de yeta.
No fueron ni a ese ni a ninguno de los siguientes seis partidos que llevaron a San Lorenzo a conseguir el campeonato argentino a mediados de 1.995. Ambos protagonistas de esta historia fueron detenidos por la policía una fría noche de junio en sus respectivos departamentos del barrio de Boedo, a una cuadra de distancia uno del otro. La policía los acusó como principales sospechosos del asesinato (a través de 15 puñaladas) de Magalí Robledo, una joven profesora de reiki de 24 años que fue hallada tendida en su cama, desnuda, y con la luz de la habitación apagada.
Según consta en el expediente que obra en mi poder, se les comprobó que los dos mantuvieron relaciones con Magalí. Al principio los investigadores creyeron en la hipótesis de que conformaban un macabro dúo de aspirantes a buenos amantes, que por alguna razón habían pergeñado el crimen de la pobre muchacha. Luego, con inusitada sorpresa, descubrieron que no sabían, al menos en los primeros momentos, que ambos estaban compartiendo a la misma mujer.
–“Yo estaba enamorado de Magalí, jamás le habría hecho daño. Se los juro, soy incapaz de matar una mosca. Con Magalí quería casarme, sentar cabeza, tener hijos, cómo se les ocurre que yo...”
–Sabía usted que su amigo Omar Antonio Morales también estaba manteniendo relaciones con ella. Sí, claro que lo sabía, la puta madre que te parió, por eso, porque la amistad fue más fuerte en usted que el amor, la mató a ella. O acaso primero la mató a ella para luego seguir con Morales, eh, confiese, confiese Aliguieri, porque su boca cerrada de poco le va servir en Olmos.
(Aquí, según acredita el expediente, Aliguieri quedó mudo)
En un segundo interrogatorio, le preguntaron esto:
–Sabía usted que un pajarito nos confesó que usted le dijo estar “locamente enamorado de ella”, sabe usted que la locura es el principal argumento de un asesino... Dígame Aliguieri, ¿Cómo hacía el amor usted, con la luz prendida o apagada?
Fragmento de la declaración de Sebastián Aliguieri, argentino, 31 años.
–“Yo no mataría a la mujer con la que me iba a casar. Escúchenme, tengo 34 años, hace tiempo que estaba esperando alguien como Magalí”.
–¿Sabía usted al encamarse, que ella era la novia de su mejor amigo, Sebastián Aliguieri? La puta madre que lo parió si lo sabía, por eso la mató. Por celos, porque no aguantó que su amigo encontrara la mujer de su vida, porque no soportó perder una amistad de toda una vida. La conquistó y la mató. Escúcheme Morales ¿podría hacernos el favor de encontrar la receta médica que dice que para el estrés le recomendaron reiki?
En un segundo interrogatorio pasó esto:
–“Yo soy muy tímido, si hasta hacía el amor con la luz apagada, para que las mujeres no me encontraran defectos físicos. La receta no la tengo porque ya les dije que no fue una consulta oficial en un consultorio, si no que el consejo me lo dio un amigo médico que conozco solo por encontrarlo en la cancha, pero que ni le sé el nombre. Aliguieri era lo contrario a mí, él iba al gimnasio para marcar más sus músculos, jamás apagaría la luz cuando hace el amor”.
Fragmento de la declaración de Omar Antonio Morales, argentino, 34 años.
Aliguieri y Morales fueron beneficiados por el fallo de la Justicia que no encontró pruebas que los vinculara a la muerte de Magalí Robledo. El primero sigue viviendo en Boedo y es dueño de un gimnasio, el segundo se mudó a Mendoza, donde aprende el arte del Malbec. Nunca volvieron a verse.
sexo, parejas, cuentoseroticos, policiales
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15/5/07
Argumentos para un crimen
Etiquetas: cuentos
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3 comentarios:
Y quien mató a Magalí Robledo????? No me dejés así, por favor...
Me alegro de que vuelvan los cuentos cada tanto!
Un beso azul y otro rojo,
marle, la respusta está en el detalle de quién lo hacía con al luz prendida y quién no.
besos a 3 puntos
Guenoo.. primero me gustaría saber si es ficción o si de verdad paso. Quien la mato es muy notorio al final cualquiera sabe q en una situación así el detective larga una carnada y el culpable la pesca o no O.o x lo tanto Morales q haces en Mendoza? =D (creo q esta en una cárcel en Mendoza).
Me pareció una linda historia, muy bien contada y atrapante
saludos
atte. Magalí Robledo
no es broma me llamo así de verdad
p.D: suerte chicos/as
si quieren saver de mi www.badoo.com
alias: valushtra
byebye
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