20/8/07

Gigi

Dicen que soldado que huye sirve para otra guerra, pero yo ahora sé que soldado herido no sirve ni para lavar los uniformes de la tropa. Gigi fue mi Vietnam; sólo en las historias sobre ella que yo invente lograré triunfar, similar a lo que pasa con Estados Unidos, en cuyas películas ellos siempre ganan.
Fue en el verano del ’94 que la conocí. De vacaciones con amigos en la playa, como todas las noches, salimos a pasarla bien. La conocí recorriendo la previa bolichera entre bares y calles atestadas de esa onda despreocupada que sólo puede generar miles de personas de vacaciones cuya máxima preocupación es en qué gastar la plata, o en todo caso (el mío), cómo conseguir mujeres.
Cuando entramos al bar no había lugar en las mesas, por lo que tomamos uno en la barra. De costado, para vigilar todo el frente de batalla. Aunque la belleza no faltaba, hubo una larga cabellera negra evidentemente ondulada con una planchita hogareña que llamó mi atención. Una segunda y detenida inspección fue mi éxtasis: me perdí, me babeé, sí, en esos ojos negros y labios voluptuosos maquillados finamente del tono rosa de sus mejillas, me perdí.
Fue cuestión de que una de sus dos amigas se levantara a pedir un trago para que yo avanzara firme. Me senté en la silla a su lado obviando la cara de su amiga y tratando de que ella no la mirara, pues estaba seguro que su expresión no me sería favorable (admítanlo, ustedes son así, los pretendientes de sus amigas nunca son buenos). En medio del nerviosismo lógico que se hace más evidente cuando se lo intenta disimular, ataqué:
- Hola, qué suerte tengo, al fin te conozco. Me habían dicho que en estas playas estaban las mujeres más hermosas del país… será mi exigencia, pero hasta ahora no lo había comprobado. ¿Qué tomás?
¿Por qué el éxito o fracaso de una vida entera, o de una relación entera, se decide en un segundo? Ese segundo entre la propuesta y la respuesta que ni siquiera advertimos, pero es él, ese segundo, el que nos marca la suerte, quien reparte las cartas. Por lo general a mí como mucho me daba anchos falsos, pero como ese segundo es femenino es inextricable: esa noche me dio buenas cartas.
– Daikiri –respondió.
Mi sorpresa a su respuesta fue potenciada cuando me di cuenta que sonreía. Hasta ese momento no lo había hecho, mi ataque, el segundo eterno y su respuesta, habían tenido como decoración una misma expresión en su rostro: me miraba como estudiándome, como leyéndome mis pensamientos.
Desde el momento en que su amiga dijo algo como “voy a ver por qué no vuelve Valeria” y mi amigo Andrés me dijo que le parecía conocida, pasaron cuatro meses. Meses en que Gigi y yo compartimos todo, incluso terminó aceptando mi propuesta de venir a pasar unos días a mi departamento cuando nuestras vacaciones se acabaron. Claro que para eso la tuve que esperar un mes porque se negó a venir hasta que la temporada turística terminó.
Gigi era venezolana, pero no lo supe hasta hace poco ya que su acento, moldeado por tantos viajes por el mundo según fueron sus palabras, no lo informaba. En el verano el día domina a la noche e invita a disfrutar ambos, fue por eso que las semanas se fueron pasando y ella y yo, desconocidos, fundidos en uno solo en sucesivos atardeceres en la montaña, la pasamos como dos enamorados a los que les sobra tanta pasión, tanta dulzura, que creen conocerse aunque nada sepan el uno del otro.
El día que entró a mi departamento supe lo primero sobre ella: se llevaba bien con los gatos, pues Bioy, mi gato, inmediatamente se puso a fregarse contra su pantorrilla e, increíblemente, se dejó tomar entre sus brazos y se acurrucó feliz entre los pechos que ella le ofreció.
No cocinaba, pero se manejaba como mono en un árbol en las calles, más allá de que no conocía mi ciudad. Todo lo tomé como una virtud: “Al menos no tengo que lavar platos” me dije.
El dulce néctar que provoca estar de vacaciones fue llegando a su fin y los dos gorriones comenzaron a hacer silencio cada vez que la palabra futuro o cualquier conversación que lo involucrara avanzaba. En realidad el tema siempre era introducido por mí, que le empezaba a insinuar mi agrado a la posibilidad de una convivencia.
La última noche que pasó conmigo me dijo algo que en mi idilio sonó descolocado.
–Sabías que tu gato es insoportable...
La llamada de mi amigo Andrés fue a las 12 de la mañana siguiente.
“A lo primero no le di importancia porque pensé que sería una chica de una noche, de dos, de unas vacaciones. Pero cuando con los chicos nos dimos cuenta de cómo estabas cambiando me volvió a la mente que yo la conocía de algún lado. Revisando mi billetera encontré una tarjeta que me dieron en unas vacaciones en la playa hace dos o tres años. Sólo dice “¿Buscás chicas? Llamá a este número…”.
Me habló como tres o cuatro minutos más. Mientras yo hablaba la vi a Gigi que me miraba fijamente desde la puerta, desnuda. Andrés terminó de contarme todo; ella era prostituta y se dedicaba a venderse en las temporadas altas de los destinos turísticos de este país y de otros.
Cuando corté la miré y antes que yo dijera algo, habló:
–No te preocupes, me voy esta tarde, el verano ya está por empezar en México.
No pude decirle nada, la vi salir por la puerta con su aire de reina. Bioy la miraba partir desde el balcón. Cuando ella se dio vuelta y nos miró, dos machos aprendieron una lección que nunca olvidarán.
Las gatas son territoriales y no conocen la monogamia.
A Bioy ya lo he visto con otra gata, en cambio yo estoy por mudarme, en este departamento hay un olor que me recuerda unos ojos negros que me estudiaban con atención en un bar. Unos ojos de los que yo me creí poseedor.


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

ay javi javi que lindo sos. y cuanta imaginación... o no? jejej
besos

PerSe dijo...

espero que haya sido real.... espero que gigi y vos hayan pasado la experiencia tan digfilcil como hermosa que compartis... espero muchas cosas...
Espero mi segundo de gloria... uno mas... uno nuevo...hace mucho que no me reparten buenas cartas.

:)