15/7/07

Madre se escribe con m de amor

Nada nada queda en tu casa natal
Sólo telarañas que teje el yuyal
Julio Sosa. Nada

Diré que en esos tiempos Danilo caminaba erguido porque así tenía que ser. No era para menos; facha siempre tuvo, inteligencia no le faltaba y además era feliz. Se regodeaba paseándose con ella por las angostas calles de San Luis, lugar donde se sucedieron los hechos de esta historia. Sin embargo, por algo dicen que el tiempo tiene actitudes de mujer: caprichoso, cambiante y calculador, no es raro que al final le lleve su esplendor a terceros. Para ir contextualizando el asunto echaré leña en el fuego que le dio llama a esta increíble historia. Para comenzar sacaré a la luz algunas conversaciones que mantuvimos en aquellos tiempos.
Se me viene a la cabeza que las charlas sobre sucesos científicos no eran ajena a nuestra agenda diaria. Tan inusual dialéctica para jóvenes que apenas superaban los 20 años tiene su punto de inicio en el doctor Pedro Pablo Rifourcat, a quien de aquí en adelante ustedes podrán escuchar también con el duro mote del loco, o el algo menos dañino de el loco Rifourcat.
No es menos duro el comentario que alguna vez pude haber hecho yo.
–Lo único bueno del loco es haber tenido un hijo como Santiago.
Creo no errar si digo que a Santiago no le decíamos criollita porque cuando las papas quemaban el hacía agua, sino porque era tierno y de color indefinido. De seguro no erro si digo que el sobrenombre se lo puse yo y que, entre los amigos y desconocidos (qué feo es escuchar el sobrenombre de uno en boca de un hijo de vaya saber qué madre), ganó instantánea popularidad.
En aquel tiempo nadie me creyó, pero mis oídos fueron los sorprendidos testigos de una frase original de Criollita.
–Vos –me dijo– sos como político radical, sólo servís para destruir.
Brevemente diré que a Rocío la vimos (en realidad yo la vi primero) en una baile de los tantos que frecuentamos con Danilo y Criollita. Estaba iluminada con esa luz que sólo otorga la belleza casi perfecta; bailaba junto a otras chicas con un vestido negro que dejaba al descubierto los hombros y le ajustaba precisamente donde la estábamos mirando. Su pelo era lacio y negro, más bien largo, y le llegaba hasta un delicado cuello que le servía de base para contener tan precioso rostro, de ojos negros y redondos cuya mirada expresiva era difícil de sostener por demasiado tiempo; nariz pequeña señalando hacia una boca de labios rosados, ni gruesos ni muy finos, tan sólo deseables.
Para su sonrisa, párrafo aparte.
Si la hubieran llevado –pensé alguna vez– a un campo de batalla de seguro que jefes y soldados abandonaban las armas y se arrodillaban para apreciar tamaña expresión del alma. Y es que cuando sonreía podía conseguir lo que quería sin siquiera recurrir a palabra alguna. A riesgo de extenderme mejor continúo.
La observé primero y, con mi hombro, lo toque a Danilo señalando con la cabeza hacia donde ella estaba. No hizo falta que le precisara a quién le señalaba. Pensándolo ahora, ese puede haber sido el instante en que la cuerda comenzó a estirarse.
No tardó mucho Danilo en conquistarla y gracias a él pronto la tuvimos entre nosotros. Los primeros meses la pasamos conviviendo con la perfección. Es que a su belleza de envoltorio Rocío le agregaba una inteligencia y desenvoltura arrolladora, pronto inquietante.
Traigo a la memoria la vez en que nos retó a Danilo y a mí por cómo, dijo ella, tratábamos a Criollita.
–Lo excluyen, no se dan cuenta, pero lo marginan. Inconsciente, pero igualmente doloroso.
No conforme, siguió:
–Una amistad de hierro se afirma en la inclusión, e incluso más, hasta el mismísimo hierro se corta con una inclusión que no provenga de verdadera empatía. ¿Acaso ustedes se sienten superiores?
Me dolió su pregunta en suspenso y, para colmo, agregó:
–Me extraña de vos, Danilo –y le dio un beso.
En otras ocasiones profirió reclamos en idéntico sentido, con la presencia, incluso, de Criollita. Avanzando en el tiempo tengo que decir que Criollita –a quien ella llamaba Santi– no faltó nunca más a una excursión nuestra. Y si no quería ir algún lugar por no parecerle adecuado –por ejemplo: desde que unos hombres le hicieron algunas preguntas sobre su padre en el club de tenis, abandonó su aceptable golpe de derecha–, nosotros nos quedábamos. Sin tenis, divagábamos en torno a diferentes temas.
–A mi papá no lo echaron del laboratorio científico –aclaró Criollita–. Se fue porque dice que las reglas de la ciencia le ponen techo a sus ensayos.
–Ah, alguien –dijo Rocío mirándome– anduvo diciendo eso. Sin conocerlo, lo respeto. No hay mucha gente que renuncie a lo que tiene más seguro para jugarse por lo que cree.
–Me consta que está enfrascado en proyectos de suma importancia para la humanidad. Yo a veces lo ayudo, comprendo poco, pero él me dice que es mejor así ahora, que sus ensayos en estos días no le reportan éxitos seguros. Pero desde que dejó el laboratorio, me dice, que ha avanzado mucho en uno de sus experimentos principales.
–Que bien –dijimos.
–Sí, muy bien –resaltó Criollita mirando a Rocío–. Se trata de genética.
–Ajá –agregamos.
Danilo, que llevaba un rato ensimismado, opinó:
–Convengamos que está el hecho que puede presentarse a mediano plazo de que lo que cree no le sirva para ganar sustento. Será medio cruel pero así es el mundo –dijo.
Agregué:
–Conozco gente que lo logró. Es cuestión de perseverar.
Mi esperanza, alegró a Rocío, que, sentándose a mi lado, me tomó del brazo.
–La esperanza ha sacado a flote a más de uno –dijo.
–La esperanza –retomé– es un estimulante muy superior a la suerte.
–Sí –fue el aporte de Danilo.
Aunque no es de mi autoría, es una frase con la que me identifiqué mucho en esos tiempos. Los que vinieron fueron tiempos muy duros (sobre todo para ella) y en los que nos vimos obligados a buscar distracciones, emprendimiento en el que Danilo era claro líder.
La madre de Rocío, Gumersinda, de bello rostro arruinado por una nariz de águila, recibió un diagnóstico atroz del médico. Aunque yo no supe bien, Danilo me dijo que era un tumor maligno, descubierto, lamentablemente, muy tarde.
–Cuestión de meses –precisó.
Rocío ya no fue la figura omnipresente de antes y se dedicó por completo a su madre. Al final de los días, me consta, buscaba a Danilo para tener compañía. Sin embargo, eran justamente esos momentos en los que él me pasaba a buscar para emprender viaje hacia distintas diversiones. Criollita, absorto en los ensayos del loco, que no sé por qué motivo exigían su presencia, también nos fue dejando.
En distintos lugares, conocimos distintas mujeres. Pasado el tiempo, y como el hombre en un animal de prueba y error, esas salidas se fueron graduando. Una noche de alegrías audaces, mientras caminábamos de regreso al barrio bajo un cielo estrellado, Danilo confesó:
–La extraño, me he dado cuenta que la amo. Es todo lo que yo quiero de una mujer, no me estoy comportando bien con ella. Vos no entendés... pero...
Claro que entendía, pero en asuntos de pareja, y sobre todo luego de la muerte de la madre de Rocío, un tercero siempre atrae sobre sí una suerte de malévola consecuencia: queda en el medio, es el blanco, es la soga, y al final, tuvo la culpa. Prudente distancia fue mi sabia elección, sólo interrumpida el día en que Danilo llegó hasta la puerta de mi casa, muy alterado.
Dijo:
–Si es cierto tengo que saberlo. No lo vas a poder creer, a qué no sabés lo que andan diciendo...
–No, no sé, la bola mágica la dejé adentro.
–Criollita, fue Criollita. Ese hijo de...
–¡Epa! Pará, pará –lo frené. ¿Qué pasa con Santi?
–La gente anda diciendo que Rocío está viviendo con él, en la misma casa. Y con el loco ese del padre.
Después de un rato no tuve más remedio, lo fulminé con una pregunta (que nunca debí hacer): –Y yo, ¿qué querés que haga?
Se quedó pensativo y, el caradura, me exigió:
–Quiero que vos me confirmés si es cierto.
Aunque atrevida, no pude negarme a la exigencia que se basaba en una verdad a medias: yo era más apegado a Criollita, yo podía tener acceso a la casa.
No fue fácil. Me costó no pocos disgustos y varias puertas (en realidad siempre fue la misma) se cerraron en mi cara. Criollita era siempre el que atendía, me decía “no, ahora no” y quería cerrar. Nervioso, miraba para adentro, como si alguien lo reclamara. Finalmente, el caradura, me cerraba la puerta.
Como a cabezón no me iban a ganar, y porque el misterio ya me interesaba olvidé eso que suele sucederle a un tercero en dilemas de pareja. Volví, hasta que, con la venia de Rocío, Santiago me dejó entrar.
Para qué. Mis ojos no daba crédito a lo que veían: Santiago colaboraba con el loco Rifourcat, que presuroso atendía a Rocío, que estaba inmóvil sobre una camilla. Santiago lloraba, su padre, lo consolaba con una frase que entonces no comprendí:
–Va a funcionar, vas a ver. Después, es sólo cuestión de adaptarse a los cambios.
En sucesivas visitas, pude arrancarle algunas palabras a Santiago.
Escuché “ensayos, células sanas, inseminar, revivir, cambios físicos”. Así sueltas, se las trasladé a Danilo.
Pasaron, tal vez, nueve meses con escasas noticias. Y es que en mi segunda incursión escuché que el loco decía, entre contento y preocupado, que “ya está, ahora hay que esperar los resultados”.
De pronto, un día recibí un sobre. Mientras firmaba al cartero, leía de costado que decía: para Lucho, de Rocío y Santiago.
Poco me faltó para quedar mudo. El sobre contenía, para mí, una bomba, para otros, una contundente muestra de lo que puede pasar cuando no alcanzamos a apreciar a la mujer que tenemos a nuestro lado.
Ignoro cómo se enteró, pero Danilo me cayó a mi casa casi al mismo tiempo que la carta. Juntos (lo que sirvió para descartar locura temporal) leímos. La tarjeta, concisa decía:
Con felicidad, te invitamos a nuestro enlace.
Rocío Álvarez y Santiago Rifourcat.
Válido para dos personas.
Si mi amigo ya era por ese entonces la sombra de lo que supo ser, no vale la pena describirlo a partir de entonces. Antes de la boda, lo volví a ver una vez. De nuevo, cayó a mi casa, ahora con un pedido insólito:
–La tarjeta es para dos. Tengo que ir.
De nada sirvió mi anuncio de que estaba de novio, que iría con Julieta. Casi llorando dijo:
–Ella no los conoce, yo sí. Haceme el favor.
El día de la boda estábamos ahí. Me aseguré, que nadie nos viera entrar juntos, para lo que tuve, una vez ingresado, que escabullirme.
Como no encontré lugar adelante, me quedé en el fondo, igual que Danilo, pero él a la izquierda del salón y yo a la derecha, pegado a la pared.
Alocuciones de uso aparte, lo interesante estuvo cuando el cura llamó a los testigos a incorporarse. Al loco Rifourcat ya lo había visto sentado en primera fila y vestido de traje. Me lo imaginé como uno de los testigos. Quedaba el otro.
El cura leyó sus nombres:
–Pedro Pablo Rifourcat y Gumersinda Álvarez, favor de acercarse.
Imposible describir mi sorpresa y menos, el de una persona a la izquierda del salón. Luego, al darse vuelta, el loco dejó ver algo que tenía en brazos: era un bebé, grandote y bastante feo, con nariz aguileña.
Hoy, tiempo después, sin noticias de Danilo (que, por supuesto, huyó despavorido del salón, justo antes de mí) me digo que el desinterés trae aparejado algunos infortunios y que la ciencia ha avanzado rápido. En algunos asuntos, demasiado.
El invento del doctor Pedro Pablo Rifourcat fue un milagro, cuyo tiempo transcurrido hasta su realización fue bien aprovechado por una persona, que tierna y de color indefinido, se fue ganando el respeto y cariño de Rocío. Hoy, según algunas lenguas, viven dignamente felices en la misma casa del fallecido loco, sin hijos por una extraña enfermedad que contrajo ella al quedar embarazada y tener un bebé que resultó ser su madre.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

javier me encantó. aunque deja una puerta abierta creo entender lo que pasó. a ver si pones más seguido tus cuentos, no digo que los post d ehumor no me gusten, pero adoro tus cuentos. beso

LadyinBlack dijo...

Toda una historia para ser analizada por un buen psicólogo... eso de engendrar a tu propia madre... uy, me dio "cosita". Muy bueno Javi, besos!

Anónimo dijo...

Muchas gracias por tu comentario! Voy a leer más de lo tuyo, gracias de nuevo!

Anónimo dijo...

oiga hombre el cuento es ameno y bien logrado, el final es sorprendente, en mi opinión la historia se merece una pequeña profundización y alcanzar la categoría de nouvelle. abrazo

J. dijo...

gracias en general.

Marlena dijo...

Festejo la vuelta de tus cuentos!!! Me hago eco del comment de gabriela, tus post de humor están buenos, pero a tus cuentos, no hay con que darle!
Besotes